A finales de octubre de 1869, Eça de Queirós, que entonces tenía 23 años, partió con un amigo, el Conde de Redondo, para un viaje a Egipto y Palestina. En cuanto a Egipto, el futuro novelista registró sus impresiones en notas (recogidas póstumamente en un volumen titulado O Egipto: Notas de Viagem), cuya lectura deja claro que los dos jóvenes portugueses estaban decididos a aprovechar la ocasión para intentar el hachís, que en el siglo XIX encarnaba gran parte de la fascinación que ejercía el Oriente exótico —y, en Portugal, pocos serían tan conscientes como Eça das loas, que en Francia cantaba a los “paraísos artificiales” de sus ídolos Gautier, Baudelaire y de Nerval, miembros notorios del “Club des Haschischins”.
Entonces, en O Egipto, al relatar una visita a los bazares de El Cairo, en compañía de Redondo y un guía local, Eça de Queirós escribe sin rodeos:
Fuimos una sola vez al bazar de drogas: buscábamos hachís.
- ¿Hachís? — Jonas Ali [el guía] nos dijo — ¡pero está prohibido!*
- Pero debe haberlo... encima de tide estar prohibido!
- En primer lugar —respondió gravemente—, hay tres cualidades de hachís: há hachís en tabletas...
"¡Entonces vienen las pastillas!"
- Hay hachís en pastel…
"¡Entonces vienen los pasteles!"
- Hay hachís en gelatina…
"¡Entonces venga la jalea!"
Jonas Ali se encogió de hombros, y la mirada que nos dirigió estaba llena de infinito desdén...
en O Egipto, Eça no vuelve a mencionar el hachís; pero cuenta cómo, durante su estancia en El Cairo, participó con Redondo en dos sesiones de fumar narguile, cuyo efecto, explica, es sumir al consumidor “en ese estado que los árabes llaman 'kiéf. “[E]n el cerebro, vacío de ideas y lleno de sueños, estuvimos mucho tiempo sumergidos en ese dulce éxtasis, en el Kief — en lo divino, suave, voluptuoso, inerte, apacible ¡encanto!", escribe Eça, quien también menciona “visiones en las que nos creíamos califas, comiendo manjares admirables entre las danzas de los esclavos”.
Aunque Eça de Queirós no explica qué sustancia fumaba en la cachimba, obviamente era una kif, las inflorescencias secas del cannabis. Como la menos potente de las preparaciones psicoactivas de cannabis, kif en Egipto no estaba prohibido junto con el hachís, por lo que Eça pudo iniciarse tranquilamente en estados alterados de conciencia en lugares públicos de El Cairo.
Ciertas dudas sobre la continuación de esta historia son aclaradas por el escritor Jaime Batalha Reis, amigo de Eça de Queirós, en la introducción que escribió en 1903 a la obra de este Prosa bárbara:
En la primavera de [1870], estábamos una tarde —Antero de Quental y yo— en la casa que entonces habitábamos en S. Pedro de Alcântara cuando entró Eça de Queiroz, recién llegada de Oriente, pero que aún no habíamos visto". Y, continúa Batalha Reis, al poner al día a sus amigos sobre el viaje, Eça “(a)analizó, en detalle, las sensaciones que el uso del haschís, y las visiones fantásticas que nos preparó, porque él y el Conde de Redondo nos habían traído hachís mezclados con mermelada, tortas y pastillas que se fumaban en pipas especiales”.
En definitiva: Eça de Queirós y el Conde de Redondo no sólo saciaron en El Cairo las ganas de probar el hachís, sino que también se entusiasmaron con laLlegó al punto de asumir la responsabilidad moral y material de “iluminar” con el cannabis el círculo intelectual que frecuentaban, que, cabe señalar, pasaría a la historia como la generación dorada de la literatura portuguesa.
Con la revelación de la faceta haschaschin de Eça de Queirós, la pelota está seguramente en el tejado de quienes consideran que el apetito por estados alterados de conciencia como los que proporciona el cannabis merece prisión o, más civilmente, la intervención de una Comisión para la Disuasión de las Drogodependencias.
Este texto fue publicado originalmente en la edición portuguesa del libro “O Rei vai nú”, de Jack Herer, y reproducido en el #3 de la Revista Cannadouro.